Hoy estoy ansiosa, ¿cuándo no? Me pregunto por el destino y a dónde me llevará. ¿Seré una persona realizada al morir?
Al angustiarme, ante la ausencia de respuesta, me pregunto si es que puedo sentirme realizada ya hoy mismo. La forma automática de hacerlo es la de exhibir una figura atractiva: así de banal puede ser el presente. Todo lo demás es un proyecto a futuro, todo lo demás no ha dado frutos, y los frutos que tengo hoy parecen no hacerme sentir lo suficientemente realizada. Creo que es una trampa. Nunca nos sentimos realizados, si así fuera, podríamos soltar los quehaceres.
¿Qué quiero? A veces sólo quiero extender la mano y recibir un beso de un ser amado. A veces sólo quiero placer por un instante. Este deseo me llevó a la bulimia hace ya varios años, pues tras la libre voluntad del otro no me quedé más que con la propia, y en vez de esperar con el brazo extendido, comencé un ciclo de atracón y vómito. La última vez que caí en ese comportamiento rondaba angustiada por los pasillos de otra de esas instituciones que parecen más cárcel que recinto: la universidad.
¿Dónde quedó el ideal socrático de universidad? Ese día en berrinche no encontré más salida que comer higos, chocolate, pan dulce y vomitar. A veces estoy hecha de puros caprichos y berrinches, el resto del tiempo logro ser una adulta conduciendo mi vida a través de esas cárceles y me alejo de ellas cada vez más, para conducir mi vida en lo que hoy parecen nuevos encierros.
¿Lograré alguna vez el éxito en mi carrera? A mis 36 años no he tenido hijos, porque mi carrera tomó un lugar principal. Pero ahora, si la carrera no rinde frutos y mi vientre tampoco… ¿con qué me quedo?
Al escribir esto, reposo en digestión un dulce postre que se arrincona celosamente en otro pliegue más de mi piel. Pliegues humanos y naturales, ¡ay qué aberrantes pueden ser! Y los dejo ser.
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