Dicen que todos los días experimentamos todas las emociones; supongo entonces que no soy la única que siente que la vida es una montaña rusa. En una de las primeras páginas de este diario decía que al verme caminando por la calle, cualquiera pensaría que la llevo bien. Así también pensamos de los demás, ¿no es cierto? A menos de que una persona tenga un gesto evidentemente incómodo, cuando vemos a los que nos rodean desenvolverse, pensamos, “qué fácil, qué natural le sale, parece que ni tiene que esforzarse”. Como cuando vemos a un músico profesional que interpreta una pieza compleja en el piano: nos parece que sus dedos se mueven sólos, “qué fácil, qué natural le sale.”
Detrás de cada movimiento de todos los seres humanos hay una estructura cerebral que se ha ejercitado por años. Detrás de cada hábito, una repetición hasta la naturalidad. Y no es que la vida salga fácil, pero caminar por la calle es una cosa natural para cualquier adulto con movilidad, cosa que un bebé de un año puede voltear a ver con admiración, ¿cómo es que les sale tan fácil? – se pregunta a su pequeña edad. Pasa también con leer, escribir, hablar: hay cosas que parece que se hacen solas.
La vida, en cambio, parece consistir en lograr hacer las cosas que no se hacen solas. Parece consistir en crecer, ejercitar, entrenar, aprender. Sin duda cuesta trabajo y no, a nadie le sale natural ni fácil. Lo único “fácil” será a caso sentarse y cruzarse de brazos y dejar de crecer. Pero hay algo humano que nos impide hacer esto, la naturaleza no se conforma con dejar de evolucionar, y así nos vemos movidas por un impulso natural hacia lo que no nos es natural, todavía. Si duelen los músculos, los estás ejercitando, si duele la vida, estás creciendo. Al rato no dolerán las mismas cosas, tal vez dolerán otras, pero si algo hemos logrado realmente crecer al llegar a ellas, podremos contenerlas con mayor gracia, aceptación y tranquilidad. Como quien aprende a respirar profundamente, hasta que un día es ya un estado natural.
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